El sistema energético mundial se encuentra en medio de la transición más significativa de su historia moderna. Si bien la demanda general continúa su ascenso, las fuentes que la abastecen están mutando a un ritmo sin precedentes. Un reciente análisis del Informe World Energy Outlook 2025 de la International Energy Agency (IEA) proyecta la evolución para el año 2050, con las energías renovables y las fuentes bajas en carbono dominando la matriz global.
El impulso imparable de las renovables
Las energías renovables se convertirán en la columna vertebral del nuevo suministro, con una previsión de crecimiento superando el doble, pasando de 83 exajulio (EJ) en 2024 a 233 EJ en 2050. Esto significa que su participación en el suministro global escalará del 13% al 31%. Recuérdese que 1 EJ ≈ 277 778 GWh (gigavatios-hora) de electricidad.
El principal protagonista de esta explosión es la energía solar. El informe prevé que esta fuente se multiplicará casi por nueve durante el período analizado, impulsada por la continua reducción de costos y su accesibilidad.
Junto a la solar, la eólica aportará la mayor parte del crecimiento renovable. La hidroeléctrica también aumentará, aunque de forma más gradual, manteniendo su rol como fuente estable. Para 2050, las renovables representarán la mayor fuente de nueva energía neta global, un cambio fundamental en la forma en que el mundo se abastece de electricidad.
El declive inevitable del carbón
En contraste con el auge renovable, los combustibles fósiles se estabilizan, con el carbón experimentando la caída más pronunciada: disminuirá de 178 EJ en 2024 a tan solo 95 EJ en 2050. Este descenso se debe tanto a las políticas de reducción gradual impulsadas por los países centrales como a la fuerte presión competitiva por tecnologías más limpias.
En este contexto de transición, la energía nuclear emerge como una fuente clave y estratégica que se expandirá de forma constante, pasando de 31 EJ en 2024 a 61 EJ en 2050. Su importancia radica en su capacidad de generar electricidad de manera constante y predecible (energía de base), independientemente de las condiciones meteorológicas (a diferencia de la solar y eólica).
Esta cualidad la convierte en el complemento perfecto para las fuentes renovables intermitentes, asegurando la estabilidad y la fiabilidad de la red eléctrica en el proceso de descarbonización. Además, la alta densidad energética de sus combustibles permite producir grandes volúmenes de electricidad con una huella de carbono muy baja, un factor decisivo en la lucha contra el cambio climático.
Diversificación y otras fuentes bajas en carbono
El informe de la IEA también destaca la expansión de otras fuentes bajas en carbono. La biomasa tradicional disminuirá a medida que las regiones adoptan sistemas más modernos. Mientras tanto, otras energías como la geotérmica y la bioenergía moderna experimentarán un crecimiento significativo, contribuyendo a la diversificación necesaria de la cartera de suministro.
La transición proyectada por la IEA subraya un giro irreversible hacia un sistema energético más limpio, descentralizado y sostenible, donde la innovación y la planificación estratégica de fuentes como la solar y la nuclear definirán la seguridad energética del planeta en las próximas décadas.