Con la demanda eléctrica en alza, tensiones geopolíticas persistentes y un sistema energético cada vez más complejo, el gas dejó de ser un combustible transitorio y, en opinión de los expertos, ha pasado a ocupar un rol estructural.
El informe de Wood Mackenzie ofrece un marco claro para entender por qué el LNG argentino vuelve a ganar relevancia.
El gas natural regresa y ocupa un lugar central en el debate energético global. No como una anomalía frente a la transición, sino como una de sus condiciones de posibilidad. Esta es una de las conclusiones más claras del Energy Transition Outlook 2025–26 de Wood Mackenzie, que describe un mundo donde la descarbonización avanza más lento de lo previsto, la cooperación internacional se debilita y la demanda energética sigue creciendo impulsada por la electrificación, la industria y la inteligencia artificial.
“El mundo no está en camino de alcanzar el net zero en 2050”, advierte el informe, que ubica al sistema energético global en una trayectoria compatible con 2,6°C de aumento de temperatura, por encima de los objetivos del Acuerdo de París. En ese contexto, Wood Mackenzie introduce un concepto clave: no habrá una sustitución rápida de los combustibles fósiles, sino una “evolución energética”, en la que distintas fuentes conviven durante décadas.

Dentro de ese esquema, el gas natural aparece como el combustible fósil más resiliente.
El outlook señala que, incluso en escenarios de mayor ambición climática, el gas mantiene un rol relevante como respaldo de renovables, sustituto del carbón y fuente confiable para industrias intensivas en energía. “No es posible reemplazar rápidamente el sistema energético basado en fósiles por uno completamente descarbonizado”, sostiene el informe, que subraya que las renovables crecieron con fuerza en la última década, pero apenas lograron cubrir el aumento incremental de la demanda.
Electricidad, IA y la necesidad de energía firme
Uno de los factores que refuerza el papel del gas es el crecimiento explosivo de la demanda eléctrica. Wood Mackenzie proyecta que la electricidad pasará de representar cerca del 20% del consumo energético global a más de la mitad hacia 2050 en escenarios de net zero. Este salto está impulsado por la electrificación del transporte, la industria, la producción de hidrógeno y, de manera creciente, por los data centers y la inteligencia artificial.
El informe es contundente al respecto: la infraestructura eléctrica global no está preparada para absorber picos abruptos de demanda. En ese contexto, cuando las renovables no alcanzan y el almacenamiento no escala al ritmo necesario, el sistema recurre a fuentes despachables. “Los combustibles fósiles siguen siendo esenciales para garantizar la seguridad y la estabilidad del sistema”, plantea Wood Mackenzie, con el gas como principal respaldo por su flexibilidad operativa y menor intensidad de emisiones frente al carbón.
La transición, lejos de reducir la necesidad de energía firme, la incrementa. El gas deja de ser un “combustible puente” de corto plazo y pasa a desempeñar un rol estructural como ancla de confiabilidad en un sistema cada vez más interconectado y volátil.
LNG y fragmentación: el gas como activo geopolítico
El fortalecimiento del gas se explica también por un cambio de fondo en el orden energético internacional. Wood Mackenzie describe un mundo marcado por la fragmentación geopolítica, el retroceso de la cooperación climática y la priorización de la seguridad energética doméstica. Europa reconfiguró su matriz tras la pérdida del gas ruso, Asia busca diversificar proveedores y los países consumidores privilegian contratos estables y flexibles.

En ese escenario, el LNG se consolida como el formato dominante del comercio internacional de gas. “La seguridad, la asequibilidad y la resiliencia pasan a primer plano”, señala el informe, que remarca que el gas natural licuado permite reducir dependencias regionales y responder con mayor rapidez a shocks de oferta.
El gas, en este marco, deja de ser solo una commodity energética para convertirse en un activo estratégico, atravesado por consideraciones geopolíticas, financieras e industriales.
Vaca Muerta y la ventana que se abre para Argentina
Aunque el Energy Transition Outlook no menciona de manera explícita a Argentina, el encuadre que propone se ajusta de forma directa a la realidad de Vaca Muerta. La formación neuquina reúne varios de los atributos que Wood Mackenzie identifica como críticos en el nuevo mapa energético: abundancia de recursos, productividad creciente, costos competitivos y potencial de escala exportadora.
En un mundo que necesita nuevos proveedores de gas fuera de zonas de conflicto, Argentina aparece como un actor con margen para insertarse en el mercado global de LNG. Ese potencial empieza a materializarse en una serie de proyectos que buscan transformar el gas de Vaca Muerta en exportaciones de largo plazo.
Entre ellos se destaca Southern Energy, que impulsa un esquema de licuefacción modular con foco en exportaciones, así como el proyecto Argentina LNG, liderado por YPF junto a ENI y ADNOC, que prevé el desarrollo de una plataforma de exportación a gran escala y podría sumar a una cuarta compañía internacional. A estos se suma LNG del Plata, otra iniciativa que apunta a capturar parte de la demanda global de gas licuado.
La coexistencia de múltiples proyectos refleja una misma lectura estratégica: el mercado de LNG no se achica con la transición, sino que se reconfigura y se vuelve más exigente en términos de escala, confiabilidad y reglas claras.
Inversión, reglas y ejecución
Wood Mackenzie remarca que el principal cuello de botella de la transición no es tecnológico, sino financiero. El sistema energético global requiere entre u$s130 y u$s175 billones de inversión acumulada hasta 2060, y una parte relevante seguirá destinada al upstream de oil & gas para compensar el declino natural de los yacimientos existentes.

En ese marco, el informe advierte que los proyectos que logren avanzar serán aquellos capaces de ofrecer estabilidad regulatoria, previsibilidad y retornos acordes al riesgo. Para Argentina, el desafío no pasa solo por la magnitud del recurso, sino por su capacidad de convertir Vaca Muerta en proyectos de LNG financiables y ejecutables en tiempo y forma.
El gas como pieza del sistema, no como excepción
El aporte central del Energy Transition Outlook es conceptual: redefine el lugar del gas dentro de la transición. No como una anomalía ni como un desvío, sino como una pieza funcional de un sistema energético más complejo, donde conviven renovables, nuclear, almacenamiento y combustibles fósiles con roles diferenciados.
“Los combustibles fósiles ya no dominan el sistema, pero siguen siendo necesarios para garantizar balance, seguridad y continuidad”, resume el informe. En ese esquema, el gas natural ocupa un lugar privilegiado.
Para Argentina, esta lectura refuerza una conclusión clave: Vaca Muerta no compite contra la transición energética. Compite, en cambio, por un lugar dentro de ella. Y el LNG aparece como el vehículo para transformar ese recurso en una oportunidad estratégica de largo plazo.


